lunes, 2 de enero de 2012

La Realidad

El colectivo estaba atestado de gente, y a Santiago le costaba respirar entre esa muchedumbre. Hacía demasiado frío para ser abril, por ese motivo todas las ventanillas estaban cerradas. El joven miró por el vidrio empañado y vio como la oscuridad de la noche seguía siendo dueña de la ciudad.
De repente, un fuerte sacudón convulsionó el autobús. Santiago tomó con fuerza las barras del asiento que estaba delante de él para evitar caer. Las tenues luces que brillaban en el techo, titilaron. Los ojos temerosos del muchacho recorrieron todo el lugar, tratando de hallar alguna explicación, y lo único que encontró fue decenas de rostros despreocupados, absortos en sus propios pensamientos, completamente ajenos a lo que acontecía.
El fuerte temblor se detuvo y las luces volvieron a relumbrar. Todos permanecían ensimismados, como si nada hubiese pasado. Miró a su derecha, buscando aquel rostro familiar. Varios metros adelante, una muchacha de verdes ojos y oscuros cabellos miraba hacia atrás, respondiendo a su llamado. Ambos intercambiaron miradas de complicidad, aunque si alguien los habría estado observando, solo encontraría dos desconocidos mirando la nada. De inmediato, Santiago comenzó a caminar entre la aglomerada muchedumbre. Al llegar a su lado, susurró a su oído suaves palabras que ella entendió plenamente, pero que nadie más oyó.
Una vez más, el colectivo comenzó a temblar. Mientras todos seguían lejanos a los eventos, ellos dos se colocaron espalda con espalda. La joven movió su mano hacia atrás hasta dar con la de Santiago y tomarla fuerte y tiernamente. El estrepitoso sacudón dominó todo. Las luces titilaron más entrecortadamente hasta que todo sucumbió en la más profunda oscuridad. Cuando las luces regresaron y el temblor se acabó, solo había dos personas en aquel autobús sin conductor que avanzaba sin detenerse por la recta avenida.
_¿Crees qué fueron ellos? –preguntó la muchacha.
_No tengo dudas que así fue.
_Santiago, sabes muy bien lo peligroso que es cruzar a esta realidad, ahora que nos están buscando.
_Milo, sabes mejor que yo, que es más peligroso quedarnos ahí, entre tantos ciegos, siendo completamente vulnerables a sus ataques. No solo nuestras vidas estarían en riesgo, sino también la de todas esas personas que estaban cerca de nosotros.
_Tienes razón, lo mejor para todos fue que crucemos hasta aquí. Aunque en esta realidad seamos más detectables, si nos encuentran podremos defendernos. Mejor salgamos del conector, si continuamos aquí algún tiempo más, nos vamos a perder entre las dos realidades para siempre.
Los dos caminaron hasta el fondo del desierto colectivo y desde allí, corrieron hacia delante, aún tomados de las manos. Al llegar a la altura del primer asiento, saltaron; pero nunca se toparon con el rígido vidrio del parabrisas, sino que sus pies cayeron sobre el frío asfalto de la calle. El autobús se había desvanecido entre las ruinas de aquella solitaria ciudad desbastada.
Santiago desenvainó la espada que ahora colgaba en su cintura. Del filo de aquella arma se desprendía un radiante fulgor, una luminiscencia blanquecina que lo llenaba a uno de paz y tranquilidad al entrar por nuestros ojos. Sobre la espalda de Milo, ahora descansaban una aljaba llena de flechas y un rústico arco.
_No sé lo que sería de nosotros si no hubiésemos encontrado esa espada. Mientras esté bajo nuestro poder, me sentiré a salvo.
_Yo creo todo lo contrario. Desde que la llevamos con nosotros, los ataques se volvieron más frecuentes y más feroces.
_No seas tonto. Ellos nos atacan por el simple hecho de ser nosotros. Creen que cualquier ser que puede percibir más de una realidad, es un peligro para su existencia. Además, estoy casi segura de que no solo nos atacan por miedo a que seamos capaces de destruirlos, sino también por envidia, envidia de que tengamos sentidos más sensibles, volviéndonos capaces de elegir que ver, que sentir, cruzando de una realidad a otra. Mientras que ellos son unas bestias confinadas a toda una eternidad de este caos insufrible que ellos mismos crearon, nosotros podemos entrar en algún lugar cerrado, activar una parte de nuestros sentidos y vivir en la realidad que nos plazca.
_Es verdad, tan solo son bestias confinadas al caos. De las siete realidades, creo que esta es una de las peores. Una civilización destruida por el caos y la violencia, que deja de lado la luz y se sumerge en las eternas tinieblas. Cristian me contó, que antes de transformarse en esto, los Gloriosos habitaban la realidad azul. Él cree que la espada les perteneció a ellos.
_Es posible. Antes de que las realidades sean corrompidas, los Gloriosos habitaban en cada una de ellas, y consigo había objetos es un poder inimaginable. Hoy solo quedan Gloriosos en la realidad verde, la única que se mantiene pura; de las demás, hace tiempo que han desaparecido.
_Nunca pude llegar hasta esa realidad, me resulta muy difícil. La realidad verde y la realidad prohibida son las únicas que nunca he pisado.
_Yo he caminado por cada una de ellas, excepto por la realidad prohibida. El mismo nombre te lo dice, está prohibida para nosotros. Aún recuerdo las palabras de mi iniciador, “Existen siete realidades, Milo. Una para cada color de la sangre y otra en la nunca podrá existir la sangre, la realidad prohibida”. Hace ya tantos años desde que Nuaj me enseño a abrir los conectores y cruzarlos, brindándome la oportunidad de vivir fuera de ese martirio de la realidad naranja. Todo el mundo estaba consumido por el fuego y dominado por el hambre, las personas hacían cualquier cosa a cambio de tan solo un bocado de fruta.
Mientras hablaban, iban adentrándose en las desiertas y laberínticas calles de aquella ruinosa ciudadela, buscando aquel ser que osó atacarlos. Edificaciones medio demolidas, montículos de escombros y superficies polvorientas era lo único que quedaba de lo que, antaño, había sido una gran civilización. Ahora, un manto de eterna oscuridad cubría sus despojos.
De repente, algo se agitó en las siniestras sombras. Una mujer hermosa, de cuerpo escultural y finos rasgos, surgió de un escambroso callejón. Primero, dio unos pasos elegantes y firmes, mirando con una sonrisa sutil y despreocupada a los dos jóvenes. Luego, se echo a correr brutalmente. Su adorable rostro y su belleza, contrastaban con la furia e ira que manaban de sus ojos.
Santiago giró rápidamente blandiendo la espada, y marcó un fino corte en el rostro de la mujer. Una gota de sangre azul emergió de la herida. Esta, surcó el pómulo izquierdo, dejando un camino azulado, y cayó al suelo. Junto a su sangre, el cuerpo moribundo de la mujer, se desmoronó sobre el frío asfalto.
De entre las oscuras ruinas, más bestias hermosas como diosas, irrumpieron para intentar aniquilar a los jóvenes. Milo tomó el arco y comenzó lanzar flechas con una certitud sobrenatural. Cada flecha que tomaba atravesaba el pecho de alguna de las encantadoras mujeres, dejando que un chorro de sangre azul cayera al piso. Santiago, blandía de una lado a otro su mística espada, de la que solo bastaba un roce para sucumbir. Pronto, decenas de mujeres descansaban sobre un lago azul.
En ese instante, al distinto de todas las veces anteriores, sucedió. Una de aquellas bestias tomó un arco hecho de cenizas, y lanzó una flecha de miedo y envidia. Aquella bestia, mitad diosa mitad parca condujo la flecha hacia su único objetivo, el corazón de la muchacha.
Santiago envainó la espada. Había derrotado a todas sus enemigas. Giró en busca de esos ojos a los que amaba, pero solo halló silencio. En el suelo, la sangre azul se mezclaba con la sangre naranja. Entonces, sintió como su rojiza sangre perdía color y se oscurecía, como su vida se iba extinguiendo, como la furia y el dolor corrompían toda su bondad. Lagrimas puras brotaban de sus ojos sin cesar. Un grito ronco de agonía y desesperación surgió de su garganta, mientras caía de rodillas al suelo ensangrentado.
Entonces, desde las recónditas profundidades, una voz gritó: “corten”, haciendo que la eterna noche se llenase de brillantes soles y que decenas de personas recuperasen la vida.

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